Adina Grasina volvía
locos a todos los doctores de la región. Su papá tenía un tripón que le
servía para abrir las puertas sin usar las manos, y su mamá no era
mucho más delgada, pero ella era una niña mucho más esbelta y ágil.
Desde siempre, Adina había sido muy rara para comer; según sus padres
casi nunca comía los estupendos guisos de su madre, ni probaba sus
fabulosas pizzas. Tampoco disfrutaba con su papá de las estupendas
tartas y helados que merendaban cada tarde, y cuando le preguntaban que
por qué comía tan mal, ella no sabía qué contestar; sólo sabía que
prefería otras cosas para comer. Así que todos se preguntaban a quién
habría salido...
Un día Adina acabó en manos de un doctor diferente. Aunque ya era
algo mayor, tenía un aspecto estupendo, distinto de todos aquellos
doctores de grandes barrigas y andares fatigados. Cuando los padres de
Adina le contaron su problema con la comida, el doctor se mostró muy
interesado y les llevó a una oscura y silenciosa sala con una extraña
máquina en el centro, con el aspecto de un altavoz antiguo.
- Ven, Adina, ponte esto- dijo mientras le colocaba un casco lleno de
luces y botones sobre la cabeza, conectado a la máquina por unos
cables.
Cuando terminó de colocarle el casco, el doctor desapareció un momento y
volvió con un plato de pescado. Lo puso delante de la niña, y encendió
la máquina.
Al instante, de su interior comenzó a surgir el agradable sonido de
las olas del mar, con las relajantes llamadas de delfines y ballenas...
era una música encantadora, que escucharon durante algún tiempo, antes
de que el doctor volviera a salir para cambiar el pescado por un plato
de fruta y verdura.
El susurro del mar dio paso a las hojas agitadas por el viento, el canto
de los pájaros y las gotas de lluvia. Cualquiera podría quedarse
escuchando durante horas aquella naturaleza campestre, pero el doctor
volvió a cambiar el contenido del plato, poniendo algo de carne.
El sonido de la máquina pasó a ser algo más vivo, lleno de los animales
de las granjas, del campo y las praderas. No era tan bello y relajante
como los anteriores, pero resultaba nostálgico y agradable.
Sin tiempo para acostumbrarse, el doctor volvió con una estupenda y
olorosa pizza, que hizo agua las bocas de los papás de Adina. Pero
entonces la máquina pareció romperse, y en lugar de algún bello sonido,
sólo emitía un molesto ruido, como de máquinas y acero. "No se ha roto,
es así", se apresuró a tranquilizar el médico.
Sin embargo, el ruido era tan molesto que pidieron al doctor más
cambios. Sucesivamente, el doctor apareció con helados, bombones,
hamburguesas, golosinas... pero todos ellos generaron ruidos y sonidos
igual de molestos y amontonados. Tanto, que los papás de Adina pidieron
al doctor que volviera con el plato de la fruta.
- Ésa es la NO enfermedad de Adina- dijo al ver que comenzaban a
comprender lo que ocurría-. Ella tiene el don de interpretar la música
de los alimentos, la de donde nacieron y donde se crearon. Es normal que
sólo quiera comer aquello cuya música es más bella. Y por eso está tan
estupenda, sana y ágil.
Entonces el doctor les contó la historia de aquella maravillosa
máquina, que inventó primero para él mismo. Pero lo que más impresionó a
los señores Grasina cuando probaron el invento, era que ellos mismos
también escuchaban la música, sólo que mucho más bajito.
Y así, salieron de allí dispuestos a prestar atención en su interior más
profundo a la música de los alimentos, y desde aquel día en casa de
los Grasina las pizzas, hamburguesas, dulces y helados dieron paso a la
fruta, las verduras y el pescado. Ahora todos tienen un aspecto
estupendo, y si te encuentras con ellos, te harán su famosa pregunta:
¿A qué sonaba lo que has comido hoy?
Autor..
Pedro Pablo Sacristán